Todos hablamos con la mirada,
reflejo del sentimiento abrigado;
desconfío de los ojos que nada
me reflejan cuando contemplo.
Aunque al tiempo de observarlos:
fijos, inmóvil, buscando el diálogo;
comienzan incontenibles y sinceros
a mostrar el verdadero sentimiento.
Disfrazar se puede las palabras,
no la mirada que refleja el alma;
recuerdo cuando mis ojos carencias mostraban,
hasta que Jesús cambió mi lámpara.
Los ojos con los que todo contemplo,
reflejan lo de dentro.
Mirar fijos los ojos del Maestro,
quizás, no me atrevo…
Postrado, intentando ser polvo,
admirando a lo sublime, lo bello…
Recordaría entonces su sacrificio,
y por causa de Él mismo, lo miraría fijo.
Intentando se reflejen,
un poco al menos,
los ojos que me ven,
con esperanza que sus labios;
tibia sonrisa me muestren,
y no sea condenado…
cuando el Maestro me mire…
Doy gracias por la salvación…